Juan Luis Cordero González fallecía el pasado 18 de febrero, un año después de obtener una jubilación que se había ganado a pulso. Lo hacía a causa de una grave enfermedad contra la que estuvo luchando durante los últimos meses y dejando un enorme vacío en familiares, clientes y amigos.
Nacido el 1 de agosto del año 1950 en el emblemático y flamenco barrio de Santiago, Juan Luis trasladó el arte de la calle Nueva y del barrio que lo vio nacer a los peroles del puesto de churros número 2 del Mercado Central de Abastos de Jerez. Siempre ofreciendo la mejor de sus sonrisas y el producto más profesional a sus clientes.
Compartiendo grandes momentos, alrededor de una botella de Tío Pepe, con compañeros de fatiga y amigos como ‘El Chispa’, ‘El Lobo’ o ‘Dieguito’. Este último, al que le unía una amistad que perduraba casi 40 años, describe como excelente su trato con los clientes, “el mejor que he visto detrás de un mostrador” y apuntala “era un genio. Sus churros eran los mejores. No habrá otro que haga los churros como él. Tenía mucho arte”.
El final de la noche era el punto de partida de Juan Luis cada mañana. Anticipar la salida del sol para tener listo el aceite, la harina y el agua, una reto fácilmente superable para este churrero que en sus manos tenía grabada la fórmula para hacer los mejores churros de Jerez, envueltos en papel, como los mejores regalos. Si nos pidieran dibujar o imaginar la plaza jerezana, siempre lo haríamos ubicando ese puesto de churros que durante años ha sido y seguirá siendo buque insignia de algo tan jerezano como La Plaza.
Este maestro, que no fue a la universidad, se graduó en el noble arte de los churros. Una tradición que acogió de su familia y en la que se acabó doctorando para deleitar durante casi medio siglo a jerezanos, transeúntes, turistas y cualquiera que un buen día, de manera acertada, decidiera hacer cola en ese pequeño establecimiento que Juan Luis convirtió en la caja de los sueños. Enseñando, como maestro que era, todos los entresijos, trucos y la profesionalidad del oficio a su hijo, con quien compartió durante casi 16 años, tardes y fines de semana. “Al principio me enseñó a coger la pala, mover la masa y después empecé a echar churros y finalmente a amasar”, pero confiesa “sé el procedimiento pero nunca haré los churros que él hacía, la diferencia estaba en su toque personal”. Metódico en el trabajo, su hijo recuerda los consejos más frecuentes de su padre; “meter riñones” y “no dejar harina viva”.
Juan Luis se había ganado el respeto y el reconocimiento de toda La Plaza, pasear con su hijo unos minutos por Doña Blanca es prueba irrefutable de ello. Numerosos abrazos y gestos de cariño en memoria de un padre que ha dejado huella en compañeros, amigos, cliente y allegados. En palabras de Juan Luis, su hijo, en La Plaza tenía “el ocio y negocio”. Disfrutar de los pequeños placeres de la vida y bebérsela en pequeños sorbos, formaba parte de su rutina diaria en Doña Blanca. Así, amigos como Domingo, con el que compartía ‘tertulias’ en ‘El Chispa’ desde el año 82, lo describe como “buena persona y buen compañero. Era un buen amigo, honrado y fiel. De los pocos amigos que tengo” y no tiene dudas de que “sus churros eran los mejores de Jerez, de Andalucía y de España”.
En la plaza el invierno ha sido más duro y frío que nunca, también el verano lo será. Se ha ido un hombre que deja un tremendo poso en el Mercado y sobre todo en amigos como el carnicero Juan Luis, al que conocía desde 2001, y que lamenta mucho su pérdida. “Se ha llevado toda la vida de domingo a domingo trabajando y la vida por desgracia a veces no es justa. Es lo que más pena me da, podría haber disfrutado muchos años más. Le encantaba La Feria, pasear en verano por la playa y su Semana Santa. Sabía disfrutar de la vida”.
Dicen que nadie se va mientras se le recuerde y Juan Luis Cordero González nunca se irá. Su mujer, Loli, quien quiere aprovechar estas líneas para agradecer a todos sus allegados el cariño recibido tras el fallecimiento de su esposo, sus hijos, Juan Luis y Marta, sus hijos políticos, Mari Carmen y Rafael, su nieta, Carla, y todos sus allegados, pierden a un marido, un padre, un abuelo y un amigo, pero a cambio, aunque no sirva de consuelo, ganan un abrazo eterno desde el cielo.
Adiós a los churros con duende, adiós a los churros con arte, adiós a los churros con compás, adiós a los churros por bulería.
Descanse en paz, maestro.