Este lunes se cumple un año de su ingreso en el Hospital de Jerez. En casa le llaman Pepi, pero para los enfermeros y médicos de la UCI siempre será Josefa Sánchez, su “paciente estrella”, y la primera que puso a prueba toda la maquinaria anticovid. Ellos fueron sus ángeles de la guarda durante los 36 días en los que estuvo luchando por su vida. Lo consiguió y ahora su historia está detras de las 9.257 personas que han vencido a un virus que se ha llevado por delante 269 vidas hasta la fecha en Jerez.
Reconoce que el proceso de recuperación ha sido largo y doloroso, pero no pierde la alegría, ni el sentido del humor. “Aquí vamos pa’lante. No queda otra”, responde al otro lado del teléfono al preguntarle cómo se encuentra. Se le oye animada, sólo la aparición de la tos cada cierto tiempo en la conversación le recuerda una de las secuelas con las que sigue conviviendo. “No me acuerdo de nada de ese día ni de la semana antes”, apunta para referirse a ese fatídico 8-M, ni al domingo anterior que empezó su malestar y le dijo a su marido que se marcharan de una reunión de amigos porque no se encontraba bien.
Mientras las mujeres se echaban a la calle para reivindicar sus derechos en todo el país, esta vecina de Jerez, de 68 años, era trasladaba “muy grave” con un cuadro de neumonía bilateral en una ambulancia al hospital. Su caso, el primero de coronavirus que se confirmaba en el centro hospitalario del SAS de Jerez, marcaba un antes y un después: la pandemia ya estaba en casa. Entonces no contaban con que también venía para quedarse. Sólo una semana después se declaraba el estado de alarma. Comenzaba un confinamiento en todo el país que esta jerezana vivió sedada e intubada, debatiéndose entre la vida y la muerte mientras el mundo se volvía loco. “La doctora me dijo que estuve muy grave y que gracias a que fui la primera estoy aquí, sino no lo contaba”, explica. Su encierro en una habitación de la UCI duró más de un mes. En ese tiempo, el personal de esta unidad fue la familia a la que no podía ver, tocar y abrazar.
Por eso se emocionó tanto, “más incluso que cuando salí del hospital”, cuando le hicieron el pasillo al pasar a planta, le aplaudieron y pudo reencontrarse con sus dos hijos y su marido, y le dio tanta alegría que estas navidades el doctor Ángel Estella, médico intensivista de la UCI, le llamara por teléfono. “Me dio un subidón, estuvo muy cariñoso conmigo. Me preguntó que cómo estaba. Tenía muchas ganas de saber de mí. Que con el tiempo que hacía de lo mío, y como estaba la cosa entonces en el hospital, este hombre se acordara de mí...”, narra a este medio.
No lo dudó, y le mandó una foto de ella con sus dos hijos, la misma que ilustra este reportaje, para que comprobara por él mismo que esa paciente que ingresó hace un año ya no tiene nada que ver con la Pepi de ahora. En cuanto mejore la situación quiere invitarlo a comer en casa para brindar por este nuevo aniversario de vida y agradecerle el trato y, sobre todo, el cariño que recibió ese mes. “Él siempre le decía a mi hijo: lo que tu madre estaba luchando me da vida para seguir”. Los dos se retroalimentaban. Aún no lo sabían, pero estaban empezando a convivir con un bicho que sigue retándoles a diario.
Vivir con secuelas, pero vivir
Este lunes hace un año de ese ingreso y del calvario que vivió su familia, pero el suyo realmente empezó cuando se despertó en la UCI y una vez que abandonó el hospital en silla de ruedas tras 47 días. Había vencido al virus, sí, eso le decían todos, pero “estaba muy mal”. “En la UCI, la fisio me decía que cuando me pusiera bien, me arreglase, me pusiera mis tacones y fuera a verlos. ¡Ponerme tacones, si no me podía ni poner de pie! Mis piernas no me respondían”, relata.
Una vez en casa tampoco lo tuvo fácil, pero su fuerza de voluntad y su arrojo fueron claves para salir adelante. “No podía hacer nada; me lavaban, me bañaban, me vestían. Me lo hacían todo”, señala. Al final, esas ganas permitieron que se recuperara antes de lo previsto. “Empezó a venir a mi casa todos los días una fisio, hija de unos amigos, y en una semana ya empecé a andar. Mi marido tenía mucho miedo, pero yo no le dejara que me agarrara”.
Le han quedado secuelas, pero tiene claro que “para atrás ni para coger impulso”. “Me canso mucho, me ahogo, tengo una parte del pulmón fíbrica, que es como si se quedara seco, la tos no se me quita y me dan mareos”. Pese a todo, ha vuelto a ponerse sus tacones, y lo que más desea ahora es volver a esa normalidad que tanto añoramos. Ha vivido la segunda y tercera ola “metida en casa, y saliendo sólo para ir al médico. Con más miedo por mi marido que por mí, porque él lo ha pasado muy mal”. Sí le tiene respeto al virus, por eso no ha vuelto a ir a un bar, y lleva desde el verano en su casa de El Puerto para disfrutar de más tiempo al aire libre.
Ahora tiene dos fechas de cumpleaños: la de este lunes, y la de junio, y cruza los dedos para poder celebrar sus 69 años como la ocasión se merece y “durante tres días”. “Lo he prometido, si la cosa está mejor, se festejará”, cuenta, divertida, tras enviar un mensaje a las familias que en estos momentos lo están pasando mal: “Les mando todo el ánimo del mundo. Hay que ser fuerte y tirar para adelante”.