Mira que se han escrito esta semana obituarios, perfiles, análisis, semblanzas y panegíricos -los menos- en torno a la figura de José María Ruiz-Mateos. Por citar el tópico, se han vertido ríos de tinta en torno a su controvertida figura y, sin embargo, por muy detallados, punzantes, clarividentes y hasta sangrantes que fueran cada uno de los artículos, ha sido una viñeta humorística con dos líneas de texto la que ha definido la auténtica trascendencia popular del personaje, que es, de por sí, la que ha convertido en relevante su muerte. No sé si la han visto, pero ha circulado por internet con mucha más rapidez y éxito que la mayoría de textos críticos y veraces publicados esta semana. Aparece la caricatura de Ruiz-Mateos y al lado la frase: “Decidme dónde está Boyer que le voy a contar lo de Vargas Llosa”.
Es, sin duda, el retrato que mejor recoge la esencia de la figura icónica que él mismo se encargó de construir de cara a la memoria colectiva, aunque tampoco debemos olvidar que esa ansiada y buscada empatía a través del disfraz y las conductas estrafalarias ha terminado atrofiada y convertida en insulto para quienes creyeron en su causa y ahora esperan la devolución de sus ahorros, pese a que siempre se ha dicho que nadie da duros a cambio de cuatro pesetas.
Ya se sabe que, como españoles, por temperamento y condición, somos más emocionales que racionales -hasta Stendhal nos retrataba así con entusiasmo en el siglo XIX-, y, como apuntaba la pasada semana, más de contar anécdotas que historias. Y fue a golpe de las primeras como Ruiz-Mateos logró ganarse la simpatía y la confianza de los ciudadanos: llegó a parlamentario europeo -dicen que no fue alcalde de Jerez porque no le dio la gana- y embarcó-embaucó en el proyecto de Nueva Rumasa a miles de ahorradores.
Es cierto, nos pueden las emociones, los falsos ídolos, los programas chabacanos, las canciones del verano y hasta las películas de Mariano Ozores, que eran las que llenaban las salas de cine cuando el “que te pego, leches” -cambien a Pajares y Esteso por Torrente para comprobar la ecuación: si hasta
Magical Girl ha recaudado en un mes en Francia más dinero que en un año en España-.
Y, sin embargo, hay cosas que no cuadran. Esta semana, por ejemplo, se ha sabido que ocho de cada diez jóvenes, de entre 13 y 18 años, conocen casos de maltratos y violencia machista entre parejas de sus pandillas o de sus amistades. Yo mismo he intentado hacer memoria de cuando tenía esa edad para recordar si se dio algún caso entre novios que conociera -en aquellos años todavía se era novio o novia de alguien, no pareja de alguien o chico-chica de alguien- y no recuerdo ni uno solo, ni de oídas.
Y me pregunto cómo puede ser posible. Cómo puede ser que en una época, en la que ni siquiera llegaban a asomar las políticas de igualdad, en la que los roles tradicionales atribuidos a la mujer seguían imperantes, no tuviéramos constancia -ni en los niveles actuales, ni en la mitad de los actuales- de casos de violencia machista entre parejas jóvenes de novios, y hoy en día que se hacen sobreesfuerzos, más aún en el plano educativo, para inculcar valores de igualdad y respeto mutuo entre hombres y mujeres, chicos y chicas, se haya llegado a esta situación.
¿Qué es lo que está fallando entonces? ¿Cómo es posible que en una época con los mayores avances sociales, científicos y tecnológicos de la historia de la humanidad vayamos camino del subdesarrollo en una cuestión ciudadana tan básica? Pero, también, ¿cómo podemos contribuir a reducir esa peligrosa y preocupante tendencia? Y no hablo ya solo de cara a los propios jóvenes, sino de cara a nosotros mismos, a la sociedad en general, como parte activa e implicada en cuanto le rodea y le concierne. ¿Acaso es lógico que en Jerez, en menos de un año -en 2014-, ascendieran a 114 las usuarias jóvenes atendidas en el Centro Asesor de la Mujer por casos de violencia machista? Culpen a los móviles, al whatssap, al facebook, pero también a nosotros mismos.