Los ajedrecistas Bobby Fischer y Boris Spassky disputaron en Reikiavik en 1972 la que se conoce como “la partida del siglo”. El primero definió el ajedrez como “una guerra en un tablero. El objetivo es aplastar la mente del oponente”. El segundo lo consideraba “un juego en el que se ponen de manifiesto la imaginación, el carácter y la voluntad”. Ganó Fischer. Juan Mayorga, que ha convertido aquellos duelos en una obra de teatro, asegura que “el ajedrez es un juego de dioses”. Debe afirmarlo bajo la inevitable admiración hacia ambos jugadores, que en aquel momento, en plena Guerra Fría, representaban mucho más que a ellos mismos en el frío sótano islandés donde se sentaron durante dos meses para decidir quién era más dios de los dos.
Desde esa perspectiva -centrada en dos ajedrecistas casi inigualables- puede que lo sea -un “juego de dioses”-, pero, trasladado al mundo de los mortales y, más aún, al de la política, adquiere un interesado simbolismo que no tiene tanto que ver con la estrategia como con el valor y el placer de la victoria. El PSOE y el PP, por ejemplo, llevan más de cuatro años enzarzados en Jerez en una partida -la partida Gürtel- que está a punto de llegar a su final después de que los socialistas hayan hecho su definitivo jaque a la reina y se vean próximos a desarmar por completo al eterno adversario.
Esa partida arrancó en la precampaña a las municipales de 2011, pero en aquel momento el PSOE tenía mejores cosas en las que pensar y la estrategia se diluyó entre la defensa desplegada por el PP, que siempre se sabe que es mejor cuando pasa por un buen ataque, y el efecto ambiente, que tenía desestabilizadas las piezas socialistas sobre el tablero. El desarrollo del juego, no obstante, cambió por completo a partir de las revelaciones de un informe de la UDEF en el que se hacía alusión a supuestas irregularidades seguidas en el proceso de adjudicación de la prestación de servicios a empresas vinculadas con la trama Gürtel para los actos promocionales de Jerez en Fitur 2004. A partir de entonces, el PSOE rearmó su juego y se ha dedicado a someter, con más o menos acierto, a las piezas del PP hasta consumar esta semana su jaque a la reina.
Si nos atenemos a la acepción de Spassky, el PP ha hecho uso en esta partida de la imaginación, por la vía de la ampliación del aforamiento, y la voluntad, en su constante defensa de la gestión de García-Pelayo,pero el PSOE, además de voluntad, le ha puesto el carácter, consciente de lo mucho que se juega sobre el tablero. Y lo que se puede decidir en el tablero no es la posible imputación de la exalcaldesa de Jerez, sino la propia necesidad de dejar al PP huérfano de uno de sus principales referentes de los últimos años.
Si hacen un poco de memoria, hace ocho años, cuando Pilar Sánchez arrasó en las municipales, dejó tocado y casi hundido al PP. María José García-Pelayo llegó a desaparecer del mapa político jerezano por un prolongado espacio de tiempo que fue interrumpido por el eco de las protestas, los escándalos y los despropósitos que comenzaba a sumar el PSOE en la calle Consistorio. Fue entonces cuando volvió a emerger la figura de la candidata popular para convertirse en la gran referencia política y electoral de Jerez y auparse a la Alcaldía en 2011.
No sé si temiendo que pueda volver a repetirse la historia, o por el mero hecho de mermar las posibilidades del adversario de cara al futuro -en el PSOE no dan crédito a la figura de Antonio Saldaña como relevo natural de García Pelayo al frente del partido-, los socialistas han decidido que ha llegado el momento de dar jaque a la reina del PP. Le avala el auto del Supremo, por supuesto, pero la decidida y coral petición de dimisión de María José García-Pelayo busca cobrarse más premios, no sólo la satisfacción de la victoria en una partida que los populares saben perdida antes de que la exalcaldesa pise el alto tribunal, no porque no crean en su inocencia, sino por el momento en el que ha llegado el movimiento definitivo sobre el tablero, a menos de tres meses para unas elecciones generales.