El Gobierno local ha presentado esta semana el Plan Director del Centro Histórico. Si no me falla la memoria, es su primer hito relevante en cuatro meses de gestión; y cuando digo relevante me refiero a su interés general. Es, tampoco hay que olvidarlo, el enésimo intento por recuperar el tiempo perdido, las décadas de abandono a que ha estado sometido el “corazón de la ciudad” -de hecho, el corazón ha sido el símbolo elegido para patentar la imagen corporativa del documento-.
Como apuntaba con acierto Francisco Camas, cuando la ciudad -sinónimo de Ayutamiento- tuvo la oportunidad, el músculo y los posibles para intervenir, decidió mirar hacia afuera en vez de mirar hacia adentro, optó por el desarrollo urbanístico hacia el exterior en vez de promover la rehabilitación y revitalización del Jerez intramuros. Y en el descargo de quien tuvo la posibilidad de cambiar la apuesta también conviene apuntar que no hubo quien le reivindicara lo contrario, o al menos no con la suficiente fuerza o voluntad.
El Plan, por otro lado, es, de momento, una declaración de intenciones, casi una carta a los reyes magos. No hay quien pueda estar en contra de lo que recogen sus páginas, puesto que parten de una serie de evidencias incontestables y expresan el firme deseo realizable de cualquier jerezano que ame su ciudad y sepa ver las posibilidades de futuro de una gran área temática vinculada al patrimonio, la cultura y, por supuesto, a la vida en vecindad.
La alcaldesa Mamen Sánchez lo resumió en seis claves: convertir el centro histórico en motor de desarrollo de la ciudad; frenar la degradación de todo su ámbito; regenerar la habitabilidad del mismo; favorecer el flujo de visitantes; mejorar su papel residencial; y lograr financiación de la Unión Europea y demás administraciones públicas para poner en marcha todas las intervenciones previstas.
Efectivamente, el papel lo soporta todo, pero a la hora de llevar a la práctica cada uno de esos puntos, la realidad misma se vuelve tozuda, no entiende de deseos, aspiraciones, ni de corazones, sino del lenguaje universal del dinero. Ya lo escribió David Mamet para el diálogo de una de sus películas: “¿Qué es lo que mueve el mundo: el amor o el dinero? El amor al dinero, por supuesto” -sí, ya sé que recurro en exceso a la cita, pero es que no hay mejor forma de describir cómo funciona el mundo que nos toca vivir-.
Por mucho corazón que le pongamos a este plan director, por mucho sentido común que acumulen sus páginas, y pese al excelente trabajo realizado por los técnicos del área de Urbanismo a la hora de plasmarlo todo sobre los planos, sin la sexta clave, la financiación, será muy complicado ir más allá de las inversiones ya contempladas a título presupuestario por el Ayuntamiento. Es más, mejor que el corazón deberían haber elegido de símbolo una pica, como las que nuestros antepasados pusieron en Flandes, porque de eso se trata, de poner una pica, no en Flandes, sino en Bruselas.
Y habrá que hacerlo pronto y bien. Como reconocía el propio Camas, la orden de ayudas especiales de la Unión Europea para la provincia de Cádiz están a punto de publicarse -el famoso nuevo Plan Urban- y va a haber competencia para acceder a los fondos. Sólo a través de una ayuda económica extraordinaria de este tipo podrá el Ayuntamiento dar color a todas las calles del mapa del centro histórico y borrar de su rostro la decepción de los vecinos que este jueves se asomaban a los planos desplegados en el interior del Palacio de Riquelme y veían que las calles en las que residían no llevaban los colores de la plaza Belén o de los Claustros de Santo Domingo.
Dice ahora el PP que el plan director presentado esta semana es una versión reducida de la que ellos empezaron a elaborar, pero el hecho de que el suyo fuese más ambicioso tampoco debería desmerecer éste otro intento. Como al gato, lo importante es que cace ratones, aunque lo que aquí haya que cazar, antes que nada, son subvenciones para dejar de escribir deseos y empezar a ver realidades.