Este viernes, a la salida de los colegios, hubo desbandada de vampiros, brujas y zombies, algunos de ellos vivamente desagradables, empeñados padres y/o hijos en que lo sean, como si lo importante fuera dar verosimilitud a una fiesta importada de la que dudo la mayoría conozca sus orígenes. En realidad, y desde el punto de vista colonizado, el único interés de este Halloween, como un carnaval de febrero pero con cara de susto, es meramente consumista: ganan las tiendas de disfraces, las de golosinas y los bares.
Si de verdad pusiéramos empeño en hacerlo nuestro, disfrazaríamos a nuestros hijos e hijas de Don Juan y Doña Inés, en vez de asemejarlos a parientes lejanos de la familia Monster. Es más, somos capaces de darnos golpes de pecho poniendo a parir las calabazas y las caras pintadas, de mandar a tomar viento a los que llaman a la puerta con el truco o trato, y de llenar el Facebook de mensajes contra la invasión yankee; pero somos incapaces de reivindicar nuestra gran tradición del Día de Todos los Santos, la representación del Don Juan Tenorio, no digo ya de inculcar su lectura. De hecho, hay ciudades que la hacen al aire libre, utilizando diferentes escenarios naturales, de los que, Jerez, por ejemplo, anda sobrado.
Nada nuevo bajo la luna llena: lo fácil sigue siendo criticar o dejarse llevar, nada de arriesgarse, convencidos al fin de que el futuro está sobrevalorado y aquí, a lo sumo, y a fuerza de decepciones, nos hemos acostumbrado a pensar en el pasado mañana o en el fin de mes, pero no en el año que viene, que es algo que dejamos para los calendarios que se reparten en diciembre.
Lo fácil, insisto: criticar, dejarse llevar y nada de riesgos, como si fuese el leit motiv de un mitin del PP o del PSOE. Es su peculiar origen, nudo y desenlace para dar respuesta a todas nuestras inquietudes, aunque cambien el orador y el punto de vista.
Frente a ellos, Ciudadanos y Podemos, que también critican y piden dejarse llevar, sí han asumido riesgos, aunque en el caso de Pablo Iglesias hasta tal punto de que ha perdido el rastro de sus propias huellas y le cuesta reconocerse a sí mismo en la pantalla del televisor o frente al espejo, como a Antonio Hernández en su poema de La oveja negra, o porque, como escribió Stendhal, ha comprobado lo contraproducente que puede llegar a ser “herir la imaginación de las gentes”.
Al impoluto Albert Rivera, en cambio, casi le salen las cuentas tras haber optado por el atajo más largo y, pese al papelón de Juan Marín en Andalucía -otro Don Juan en los infiernos, seducido en realidad por su Doña Inés de San Telmo-, ha conseguido que Mariano Rajoy y Pedro Sánchez anden palpándose los bolsillos de la chaqueta como si les acabasen de robar la cartera o un secreto de estado.
Por lo demás, la lectura a nivel local no es muy alentadora, como pudimos comprobar en la sesión plenaria de esta semana, en la que se habló más de lo bien o mal que se hace desde el Gobierno central o desde la Junta, que de las cuestiones que deben ayudar a impulsar de nuevo a la ciudad de cara al futuro, que no a fin o primero de mes, que es como se mide el tiempo desde hace mucho en el Ayuntamiento.
Lo cual, también lleva a que nos preguntemos: ¿de verdad tienen tanta audiencia las sesiones plenarias como para introducir debates nacionales y regionales interesados con la apariencia decisoria con que se defienden unos y otros?; ¿acaso no criticaba el PP al PSOE cuando trasladaba propuestas al pleno que no tenían nada que ver con la gestión municipal diaria, sino con consignas del partido a nivel federal o andaluz?; ¿estamos a un mes de proponer la reprobación de algún mandatario catalán, impulsar la reforma constitucional o defender la calidad de las carnes que se venden en nuestras carnicerías?
Les avanzo mis respuestas: no, sí y espero que no -aunque acepto que pongan en duda mi fiabilidad: a la fuerza ahorcan-.