El maestro Alcántara compartía hace poco en un artículo una de las reflexiones de barra que le suele trasladar el camarero que le sirve el café por las mañanas en un bar de Málaga: tanto hablar de las “dos Españas” que al final se queda uno con la sensación de estar viviendo en la peor de las dos. Esta semana he leído quien planteaba la alternativa de una “tercera España”. En realidad era una ocurrencia, aunque también la consecuencia ante lo que no deja de ser un hartazgo reincidente, como si en vez de en un país viviésemos en una dicotomía. ¿Por qué no forjar y vivir en una España que destierre de una vez “las dos Españas”? De momento, la España dicotómica prefiere las preguntas retóricas a las respuestas. No interesa, por rentable.
Y quienes mejor lo saben rentabilizar son PSOE y PP, aunque interpreten la propia dicotomía desde dos puntos de vista diferentes: los socialistas, mirando hacia el pasado, con la referencia irrenunciable del franquismo, la dictadura y la corrupción; los populares, hacia el futuro, huyendo del pasado al que se le quiere vincular y reivindicando los logros de su gestión económica y su visión de nación y estado.
Son ellos, los más interesados en los debates generados desde la llegada de Pedro Sánchez al poder y, esencialmente, por una de sus derivaciones, la reivindicación del bipartidismo: la España del PSOE frente a la España del PP, necesitados tanto el uno del otro como lo hace el Madrid del Barça, y viceversa -las otras dos Españas, aunque hay muchas más-.
La sucesión de acontecimientos vividos en nuestro país desde la presentación de la moción de censura contra Mariano Rajoy hasta este inicio de curso darían para un argumento de política ficción si no fuera porque se han venido produciendo en la realidad y encaminados a fortalecer las debilitadas aspiraciones de dos “grandes” venidos a menos, después de haber rivalizado por acaparar las preferencias de millones de españoles durante casi cuatro décadas.
De momento, parecen ser los únicos que han sabido aprovechar el verano para mejorar nota en septiembre: el PSOE, a golpe de titular, bandazos, guiños y contradicciones, se ha situado el primero en las encuestas, mientras el PP ha reformulado su estrategia desde la elección de un nuevo líder afín a los votantes perdidos y confiado en el disciplinado papel de las bases para volver a presentarse como partido unido y única alternativa de gobierno. Ni Ciudadanos -centrado ahora de nuevo en Cataluña, origen e inspiración de todo-, ni Unidos Podemos -el macho alfa acaba de reincorporarse tras la baja paternal- han sabido acaparar el foco durante estos dos meses, y esa constante se ha trasladado de arriba a abajo.
Lo hemos visto en la provincia de Cádiz durante este mes de agosto, en el que, pese a la esperada inactividad política, PSOE y PP se han esforzado por hacerse presentes a diario, tanto en público como desde las redes sociales, en una especie de “tour de force” en el que los populares parecen llevar la iniciativa a la hora de establecer la agenda -el PSOE haría lo propio si no tuvieran a Pedro Sánchez en la Moncloa- y fijar los temas de debate para las próximas semanas: el futuro de Las Aletas, el nudo de Tres Caminos, la llegada de inmigrantes a las costas y, por supuesto, el fin del peaje de la AP-4, que, pese a que todos han sabido siempre que tiene fecha de caducidad el 31 de diciembre de 2019, sigue elevándose como la gran “causa perdida” de la provincia, casi una “marca”, aunque solo sea por hacerle caso a Churchill: “Las causas perdidas son aquéllas por las que merece la pena luchar de verdad”, salvo que en este caso depende del lado en el que toque luchar.
Y ante este renacido protagonismo de populares y socialistas entra en cuestión el papel que pueden terminar jugando en las municipales del año próximo, de un lado, Ciudadanos, y, del otro, IU, Podemos y las agrupaciones de electores, donde la experiencia aglutinadora no parece que vaya a ser tan plácida como en las listas para las autonómicas: nadie que se haya batido estos tres años y pico en las trincheras querría verse ahora relegado a segunda o tercera fila, que es lo que suele ocurrir cuando se hace prevalecer una causa común sobre una causa perdida.