Reúne
José Antonio Sáez en “La memoria en llamas” (Alhulia. Granada, 2022), una década de su quehacer lírico, 2010-2020.Este almeriense del 57, profesor y crítico, tiene ya en su haber más de una decena de poemarios, además de varios ensayos.
El volumen, dividido en cuatro grandes apartados, “En gran silencio”, “Luminaria”, “Unción” y “Arroyo de las torcaces”,devela las claves que vienen signando la voz de José Antonio Sáez desde tiempo atrás. Su verso demanda la búsqueda de la luz primigenia y mirífica y nada queda en manos del azar a la hora de elevar su emoción hasta alcanzar la trascendencia deseada. Sabe el poeta de lo efímero de lo humano y, por eso, pretende eternizarlo a través de un cántico liberador, cómplice en su acontecer y que sostenga la fluidez y el destello precisos para hacerse constancia: “Un hombre pasa solo ante la vida./ Quiso saber por qué llegó hasta allí,/ qué ignorado destino lo condujo/ a la orilla donde acunan las olas/ los cuerpos fríos de los ahogados”.
Tras la palabra encendida del sujeto poético late, a su vez, un mutismo venido de la soledad, de la reflexión, capaz de ahondar en el pensamiento íntimo, en la oquedad de espacios individuales, si comunes en el discurso. “Silencio atravesado por mundos y por ángeles”, escribió Rimbaud, y desde ese mismo ámbito habitable, el escritor de Albox resucita lo indefinible y lo hace suyo, y se expresa y hace de su verbo don, regalo, cálido universo para el lector: “Heridos cerros de esta tierra/ por la mirada acariciados;/ ávido el corazón retiene/ el cuerpo que ganó el amor (…) Perfilados/ cerros caídos de mi patria;/ no moriréis si no es conmigo”.
A través de su escritura, José Antonio Sáez se multiplica, se hace voluntad de sí mismo y de otros, y revela su condición y la ajena en una suerte de dualidad significante. Su lenguaje comunica, acerca, compromete, delata, en suma, templanza y sonoridad mediante imágenes plenas de cromatismo, de racional anhelo, de intensidad metafórica: “Cuerpo mío, carne mía dolida,/ ultrajada por el tiempo enemigo:/ como me vas dejando inerme, frente/ a la devastación de tanta sombra”.
El tiempo, el amor y la muerte, ese trío temático universal, sobrevuelan el conjunto de estos poemas, y se hacen uno a la hora de renombrar las tristezas y dichas humanas. Pues, al par de estos textos, puede apreciarse el verdadero sentido de un decir que aspira a expandir lo existente, a revelar lo oculto mediante una mirada honesta, purificadora, heredada desde el nacimiento mismo de lo mutable: “Soy yo quien nunca duerme ni tampoco reposa./ a quien no es permitido descansar las pupilas,/ deslizar la cortina de sus menguados párpados,/ dejarse adormecer cuando la mar en calma”.
En suma, una bella y abarcadora antología, oportuna en cuanto reúne y redescubre una poesía inherente al hombre, enfrentada a la universalidad de lo cotidiano y que se afana en hallar y evidenciar cuanto de nosotros mismos aún ignoramos: “Dame a beber del vino que me suelta la lengua/ y convierte en osados mis labios y mis manos”.