Manuel Molina lanzó su ultimo “quejío” la madrugada del martes 19 de mayo en su casa de San Juan de Aznalfarache, en Sevilla.
Letrista con mayúsculas, cantaor, guitarrista y sobre todo un innovador del flamenco, Molina formo parte de ese grupo de privilegiados que dieron la vuelta de tuerca definitiva al flamenco en los años 70 y 80, dándole aire fresco, acercándolo al gran público y dotándolo de una nueva vida.
Un cáncer ha truncado la vida de este revolucionario, nacido en Ceuta hace 67 años, trianero de adopción y ciudadano del mundo por derecho propio. Una trágica enfermedad a la que Molina miró de frente, tomando la decisión de no tratarse con quimioterapia para morir en su casa, con la dignidad que siempre le acompaño y viendo reflejada en el espejo su larga melena y sus barbas, ya inmortales en la mente de millones de personas de todo el planeta.
Hijo del guitarrista algecireño El Encajero, con el que junto a su familia, se trasladó muy joven a Triana. Al Poco tiempo conoció a Lole Montoya, hija de La Negra, perteneciente a una saga gitana de flamencos, con la que se casó en 1975. No tardaron en formar pareja artística, que dio su primer fruto, el revolucionario disco Nuevo día, con palpables reminiscencias árabes e influencias de la música hippie de la época. Después llegarían joyas discográficas como Pasaje del agua (1976), Lole y Manuel (1977), Al alba con alegría (1980), Casta (1984), Lole y Manuel cantan a Manuel de Falla (1992), Alba Molina (1994) y Una voz y una guitarra, directo grabado en 1995 en el Teatro Monumental de Madrid.
En sus inicios, Manuel Molina formo junto a Antonio Cortés Chiquetete y El Rubio, el grupo Los gitanillos del Tardón y más tarde entro a formar parte de Smash, considerado uno de los precursores del flamenco rock y al que Molina regaló su toque flamenco, dejando en la banda su huella imborrable.
En un documental emitido recientemente por RTVE, Manuel Molina dejo frases para la historia como: “El grupo Smash nunca tocaba mal, algunas veces tocaba horrorosamente mal, pero cuando tocaba bien era maravilloso”, “Camarón era como Anthony Quinn, le dabas una película mala y él la hacía buena.” y “Quiero dejar claro que lo que cantaban Lole y Manuel era Flamenco Puro, lo que pasa es que yo no tengo porque cantar las cosas que cantaba Caracol, ¿o es que yo no tengo imaginación? ¿Qué pasa?”.
Aunque la más desgarradora y que define sus sentimientos y su forma humilde y genial de ser y estar, la plasmó en su famosa cita: “Que nadie vaya a llorar el día que yo me muera, que es más hermoso cantar aunque se cante con pena”.
Desde la fatídica madrugada del 19 de mayo, Manuel Molina se encuentra en el cielo de los flamencos y de los amantes de la música de cualquier lugar del mundo.
No le hizo falta tener un gran torrente de voz para que su genio, su figura, su particular forma de coger la guitarra, en vertical, y su estrella permanezcan, para la eternidad, vivas en nuestra memoria. Manuel se ha ido, en silencio, pero su legado perdurará a través de los siglos venideros. Siempre estarás con nosotros. Descansa en paz, Manuel.