Hay que reconocer que los andaluces hemos dejado de ser vistos como ese pueblo simpático y afable que con tan buen agrado recibe siempre al visitante para convertirse en ese otro, muy repudiado desde fuera, de vagos, desempleados, habitantes destacados de un mundo de cuentos porque de ellos viven. Con más o menos razón, ya no se vierten alabanzas del andaluz y todo lo que llega forma parte de un mismo discurso; habría, por tanto, que meditar en qué hemos contribuido para que esto sea así porque no vale solo, muy habitual, con ofenderse mucho y todos cada vez que alguien nos llama lo que quizás, en parte, somos. ¿Qué somos?
La única referencia a Andalucía en la reciente sesión de investidura, en cuyo atril disertaron representantes políticos de casi todas las tierras menos de ésta, la hizo el tal Rufián al referirse a Susana Díaz como "la cacique de la comunidad con más paro de Europa". Eso fue todo. Catalanes, vascos, navarros, valencianos o canarios, entre otros, tuvieron voz propia, quizás como muestra significativa de esas naciones dentro de una nación como definió Pedro Sánchez el presente de este país en la posterior y célebre entrevista con Évole. No sé si España es o será una nación de naciones, pero desde luego muchos caminan hacia esa idea y no solo los separatistas o independentistas como el tal Rufián y que, nadie se equivoque, no hace más que el trabajo que le ha sido encomendado, que es provocar, romper todo lo que pueda. Escupir e insultar. Mientras no pocos empujan y convencen a otros en la idea de esta nación de naciones, Andalucía, como en tantas otras cosas, queda lejos de ser protagonista porque la reivindicación no está en su genética salvo para asuntos de corte deportivo, cultural y/o festivo o religioso -cambien un recorrido procesional significativo y verán pancartas hasta el infinito y más allá-.
Borrell se sumó a la legión de analistas externos sobre esta nuestra comunidad al asegurar que el éxito del PSOE-A se debe a que éste no tiene buenos competidores porque en Andalucía "no existe un partido nacionalista fuerte que le plante cara, como ocurre en otras regiones" y de ahí, según el ex ministro, sus "buenos resultados", declaraciones que levantaron ampollas entre un PSOE-A "muy molesto" con el dirigente catalán. Raudo, Juan Cornejo, secretario de Organización del PSOE-A, se postuló para explicarle "un poquito cómo es Andalucía" y, seguro, lo haría perfecto teniendo en cuenta su amplio conocimiento de la región tras llevar su partido 38 años ininterrumpidos gobernándola. La lástima es que en el debate de investidura del pasado sábado ningún andaluz de los 61 diputados electos por las ocho provincias, socialista o no, subiera al atril para tener sus cinco minutos y reivindicar y hablar de cosas para esta tierra, para mencionarla, para antes o después negociar y sumar mayorías a cambio de carreteras, eliminación de peajes como el de Cádiz que es el único que se mantiene en toda la comunidad sin alternativa de autovía, el eterno eje ferroviario Algeciras-Bobadilla del que siempre se habla solo en campaña, inversiones o lo que sea, como hacen canarios, harán vascos o, al final, catalanes; la lástima es que los muchos diputados andaluces electos que circulan por el Congreso están sometidos a la disciplina de voto de sus partidos y ésta suele tener que resolver problemas mayores que los de una tierra con poco espíritu reivindicativo como, para su desgracia, es la nuestra. E ahí quizás el problema de origen que explica lo argumentado por el tal Rufián cuando fusiona "cacique" con "paro" para que toda España le oiga y se reafirme en lo que casi toda España piensa y es que Andalucía es una tierra dominada y, de ese dominio, educada a vivir de subvenciones y ayudas que nos dan desde fuera. Por eso ya no resultamos tan simpáticos. Duele, pero más vale asumir esa verdad y el origen de la culpa, que la tenemos todos, porque para sanar una enfermedad es imprescindible diagnosticarla.
Hay otra Andalucía que emerge, lenta pero firme. Una moderna, universitaria, trabajadora y emprendedora y que no, como algunos de otras naciones del norte pueden llegar a imaginar, viste a diario de flamenco y tira de un burro; a ellos con sombrero de ala ancha y a ellas de rojo y lunares blancos, con flor al centro del cogote y cantando felices por los caminos -la Andalucía coplera y de la chacha graciosa-. No. Pero sí es cierto que el ADN de esta tierra es tranquilo y sumiso fruto de haber sido un pueblo milenario dominado por todos los que por aquí pasearon y a los cuales pocas veces se planteó contienda quizás por la certeza de que al final terminarían marchándose. Eso ha hecho del andaluz un pueblo poco combativo, proclive a dejarlo pasar y a ofenderse mucho un rato ante cualquier menosprecio externo y a olvidarlo, sin poner remedio, con casi la misma velocidad. Por eso Andalucía, que suma casi la misma población que Portugal y de hecho solo la provincia de Cádiz es no mucho más pequeña que todo el País Vasco, es solo realmente importante para todos cuando hay que votar, entonces desfilan con gran interés porque este granero decide quién manda: si en estos tiempos que corren y de esos 61 diputados algunos, quince o veinte, se sentaran allí bajo la bandera verde y blanca, ¿quién saldría ganando? La cuestión es que para la mayoría de los andaluces el color de su bandera tiene más rojos que verdes y eso no es malo, puede que romántico y también que poco rentable.
El partido nacionalista andaluz ha sido desde siempre el PSOE y lo ha sido, lo sabe bien Cornejo, por su amplio conocimiento sobre la comunidad, sobre todo de un controlado ámbito rural seducido con paga y copla. Y otras corrientes nacionalistas, como el extinguido Partido Andalucista, lo han hecho mal, no sabiendo aprovechar sus oportunidades y fallando a su electorado, bien es cierto que sin recibir el perdón que otros sí por deslices mayores. Los 61 diputados andaluces trabajan, a nadie quepa duda, en la búsqueda de mejorar la calidad de vida de los andaluces y lo harán con el mismo afán que seguro pondrán esos cuatro ministros andaluces nombrados por Rajoy, pero sin soltar la atadura que supone la disciplina de voto de partidos que no tienen un problema en Andalucía salvo cuando hay elecciones. Solo entonces.
Los números que ofrece la comunidad en general en materia de desarrollo, como datos de empleo, educación o posibilidades para los jóvenes y su nulo peso en el debate político nacional deberían remover ese instinto pausado andaluz y hacerle ver la importancia de diversificarse políticamente -nace este fin de semana AndalucíaXSí y lo hace quizás en el momento más oportuno, de hecho varios miles se han agregado a esta plataforma convertida en partido. Veremos-. Y de tener en Madrid no a un tal Rufián, pero sí a gentes que eleven la voz y pidan, negocien, frenen tanto acoso hacia esta tierra del sur que no necesita fronteras para reconocerse o separarse pero sí a más guardianes para protegerse y que lo hagan sin otra disciplina que Andalucía por sí, para España y, por qué no, la Humanidad.
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