El
doctor en Historia y catedrático del Área de Historia Moderna de la Universidad de Sevilla (US) Juan José Iglesias publicó en 1987 el
libro La epidemia gaditana de fiebre amarilla de 1800, una investigación ardua y minuciosa, como toda investigación académica, en la que constató que
situaciones como las vividas en aquellos momentos “tensan de tal manera a la sociedad que ponen de manifiesto lo peor y lo mejor” del ser humano.
De aquella investigación, en lo referente a Sevilla, se sabe que en tan sólo tres meses (de septiembre a noviembre), perdieron la vida 14.000 personas. Los
cordones sanitarios y el
bloqueo de las entradas y salidas de mercancías eran
burlados por la “
insolidaridad” e incluso las autoridades “desertaban de sus funciones” para huir de las consecuencias de la epidemia. El estudio de los documentos y relatos que han llegado hasta nuestros días también dejan en evidencia “
la solidaridad de los médicos”, explica Juan José Iglesias mediante conversación telefónica vía Skype.
Este profesor de Historia Moderna en la Facultad de Geografía e Historia de la US ve similitudes entre la pandemia del coronavirus y las más dañinas de nuestra historia: desde las del siglo XVII (1649 para ser más exactos) con una de las pandemias de peste “más terrible que se recuerdan” hasta las de finales del XIX. “
Además de los confinamientos, los hospitales quedaban desbordados y se aislaba a los contagiados en los lazaretos”, explica mientras en la conversación salen a colación las imágenes del pabellón madrileño de IFEMA repleto de camas para atender a los enfermos. Las epidemias, se produzcan cuando se produzcan, “
desequilibran también la economía del momento”, que se recupera con más o menos rapidez dependiendo de la gravedad. “
La peste de 1649 metió en un pozo profundísimo a la economía sevillana”, recuerda Iglesias Rodríguez.
El profesor Iglesias también resalta el hecho de que, ante catástrofes como las que origina una epidemia, el ser humano busca “
refugios contra la muerte”. “
Fruto de esto surgen santos protectores como San Roque o San Sebastián… Se produce un rebote de la piedad popular a falta de recursos humanos y materiales con los que combatir la pandemia”, señala, recordando que en el año 1800, con motivo de la fiebre amarilla, se celebraron
rogativas multitudinarias que “contribuyeron a extender el contagio”.
Tras una pandemia cambian también cosas a mejor. Fruto del cólera de finales del siglo XIX, se extendieron las doctrinas higienistas y un mayor interés por conocer el origen y evolución de las enfermedades, apunta Iglesias Rodríguez.
“
Esta pandemia del coronavirus es un hito histórico. Se estudiará con toda seguridad en los libros historia”, apostilla el profesor Iglesias que, si de algo está convencido, es de de que el ser humano extraerá pocas lecciones de lo ocurrido. “
Deberíamos sacarlas, pero la naturaleza humana sigue mostrándose tal y como es”, afirma. “¿Y cómo es la naturaleza humana?”, le preguntamos. “
Egoísta, se olvida de los intereses colectivos. Tenemos una capacidad de olvidar muy grande”, sentencia confiando en que, como sociedad, "
deberíamos salir fortalecidos”.