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Arcos

Junto al fuego siéntate

El entrañable hermano de La Salle Celerino Sanz fallece a la edad de 70 años

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  • Un grupo de scouts junto a Celerino a principios de los años ochenta. -

La madrugada del pasado 10 de enero fallecía en Granada el hermano de La Salle Celerino Sanz Granado, nacido en el municipio vallisoletano de Piñel de Arriba hace 70 años. Los niños que nacimos a finales de los sesenta o principios de los setenta del siglo pasado y que estudiamos en el colegio La Salle de Arcos tuvimos la inmensa suerte de conocerlo. Celerino era un religioso joven entonces que fue destinado a nuestra ciudad y que poco a poco se  fue metiendo en nuestras vidas para dejarnos un recuerdo imborrable y entrañable. Eran los años donde aún se hacían notar las diferencias de clases sociales, las dificultades económicas de las familias, el peso de la religión en la vida educativa y la mano reminiscente de un todavía reciente duro régimen político. Pero también era la España que despertaba de un letargo dictatorial y que aspiraba a ser, simplemente, mejor.

El semblante y espíritu de Celerino eran alegres, con ese característico hoyuelo en la barbilla de una cara redonda; un hombre guapo que contrastaba con los enjutos hermanos de La Salle que todavía lucían sotana por aquella época. Podría escribir que su llegada a Arcos fue una bocanada de aire fresco; era como descubrir un nuevo Dios en lo más cercano y tangible. Sí, Celerino representaba eso, ver la religión y la fe de otra manera. Pero para descubrir al ‘santo’ había que descubrir a la persona.

Comenzó impartiendo unas clases de educación física que nunca olvidaremos, pues entonces nos parecían un ejercicio de crueldad que nos dejaba agujetas varios días. Todo comenzaba por una vuelta en cuclillas por el perímetro del campo de fútbol, lo cual te dejaba exhausto y sin ganas de practicar deporte para toda la vida.

Con más virtudes que defectos, este ‘cabezón’ de pueblo viejo y chico se coló en nuestras vidas no por sus enseñanzas académicas, sino por habernos inculcado el escultismo como un estilo de vida. Sin embargo, no fue él quien fundaría el grupo de Boys Scouts formado en el colegio La Salle, pero sin duda fue el que lo humanizó. Los scouts parecían hasta su llegada un pequeño grupo militar perfectamente pertrechado para un asalto, que posiblemente era la imagen que proyectaba aquel movimiento juvenil creado por el militar británico Robert Baden-Powell en sus campañas bélicas, donde el curtido oficial ideó un grupo de jóvenes que actuara como correo entre las líneas de soldados.

Celerino se convirtió en el ‘Akela’ del cada vez más numeroso grupo de niños y jóvenes ávidos de aventura; es decir, en “El Guía”. Con sus pioneros, rangers, lobatos y pietiernos nos demostraba que el aprendizaje va con el crecimiento, lento y difícil, pero apasionante. Obviando aquel cierto aroma marcial del escultismo, se centró en la dirección del grupo, al que descubrió las más bellas e inhóspitas rutas de la Sierra de Cádiz, sus paisajes, sus peligros y su inmensa belleza. Nos enseñó, sencillamente, a amar la naturaleza y a disfrutar de ella con el máximo respeto. Paralelamente, a montar una tienda de campaña, el arte de la cabuyería, la iniciación a la escalada, a ordenar adecuadamente una mochila, cantar las canciones del escultismo (‘Junto al fuego siéntate’, ‘Mowgli Rana corre y salta’…), el amplio catálogo de la fauna y flora del lugar, pero también a dejar el sitio donde se ha acampado en perfectas condiciones de limpieza. Y, sobre todo, a amar al prójimo. De lo contrario, te enfrentarías a una dura ‘Roca del Consejo’ donde tus compañeros podrían recriminar tu conducta, o incluso debatir si eras merecedor de seguir siendo un scout.

No recuerdo si entre todos los grupos de niños y jóvenes sumábamos cincuenta o sesenta, pero sí, éramos muchos y, por tanto, difíciles de ‘dominar’. Ayudado por los scouts más mayores, Celerino lograría desarrollar una de las más bellas iniciativas educativas de la historia de Arcos. Porque el escultismo, pienso, es en sí una forma de educación en valores. Luego se le sumaría al frente del grupo otro ‘ángel’ llamado José Antonio Gómez Machuca, también hermano de La Salle de Arcos por aquella época, con el que contrajo una eterna amistad. Juntos, como un solo ser bicéfalo, dirigían aquella patulea de zagales nerviosos y ansiosos por vivir. Juntos, soportaron sufrida y silenciosamente los dilemas y las dudas existencialistas; y compartieron la experiencia de la camaradería y la aspiración de una vida más allá del rezo y la consagración a Dios. Y, juntos, aprendieron en su largo periplo educativo por los colegios andaluces que el pueblo de uno es donde se vive, no donde se nace.

Serían incontables las gozosas experiencias vividas en el movimiento scout de Arcos, pero sí recordamos con gran emoción aquel campamento volante de casi una semana que partiría de la calzada romana de Ubrique y terminaría en Bocaleones (Zahara de la Sierra), que cruzaría las sierras del Caíllo, Endrinal…; arroyos y prados, crestas y gargantas, y cuyo recorrido era en sí una metáfora de la vida. Días de andar y reír, de amistad e inocencia, de amar las cosas porque sí. Eso era Celerino, la encarnación del amor. Noches sentados junto al fuego, en medio de un campo donde pernoctar al abrigo de las estrellas y las explicaciones ‘cósmicas’, donde nadie te exigía permiso para acampar porque acampar forma parte de las costumbres más ancestrales, y donde aún no se percibían el cambio climático y cosas como la rimbombante sostenibilidad.

Con Celerino fuimos creciendo, cruzando el umbral de la adolescencia y convirtiéndonos sin darnos cuenta en las personas que hoy somos. Quienes tuvimos la dicha de conocerlo, llevamos hoy un Celerino dentro, un sentimiento que nada ni nadie nos arrebatará por mucho que la sociedad se empeñe en enseñarnos otros valores.

Si existe un paraíso más allá de la muerte, hoy lo imagino como un fuego vivo en medio de la oscura noche y, a su alrededor, compartiendo risas sinceras entre amigos, y de vez en cuando una lágrima.

La amistad tiene esa bendita imperfección de dejar cosas pendientes, de un día para otro, abriendo la puerta al mañana. Pero a veces nunca llegamos a coger ese tren, el autobús o el coche para reencontrarnos. Y en medio de esos días uno se va para siempre. Así pasa el tiempo, deseando vernos, aunque sea un día de estos.

(A José Antonio Gómez Machuca y al grupo de Whatspp ‘Los Celerinos’)

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