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España

El testamento de Mejía Lequerica ve la luz en una transcripción

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El ecuatoriano José Mejía Lequerica, uno de los diputados "más activos y brillantes" de las Cortes de Cádiz, dejó al morir, en 1813, poco más que unos libros, pero su testamento, que ve la luz ahora en una transcripción del historiador José María García León, sirve para acercarse a su lado humano.

"Epílogo de un revolucionario: el testamento de Mejía Lequerica", es el título del libro en el que el historiador gaditano José María García León transcribe el documento que el diputado ecuatoriano, uno de los 67 iberoamericanos que participaron en las Cortes de Cádiz, dejó a su albacea antes de fallecer a los 37 años víctima de la fiebre amarilla.

Esta transcripción del testamento ve la luz ahora, cuando se celebra el bicentenario de la Constitución de 1812, y se presenta al público hoy en Cádiz, el mismo día en el que la alcaldesa de la ciudad, Teófila Martínez, entrega la Llave de la capital gaditana a Augusto Barrera, alcalde de Quito, la capital ecuatoriana en la que nació Mejía Lequerica en 1777.

En esta edición, el historiador ha transcrito el testamento de Mejía Lequerica que se conserva en un estado muy deteriorado en el Archivo de Protocolos de Cádiz, la ciudad en la que murió este inquieto intelectual.

Mejía Lequerica, catedrático de filosofía, humanista y cultivado en las ciencias y las letras, llegó a España en 1809 con el objetivo de estudiar el patrimonio artístico del país.

Tras luchar contra las tropas napoleónicas en Madrid, fue designado diputado suplente por uno de los virreinatos españoles en América, lo que le llevó a participar en todo el proceso que culminó en la promulgación de la Constitución de 1812, que sentó los cimientos de la democracia en España e Iberoamérica e instauró principios como la soberanía nacional o la división de poderes.

Mejía Lequerica fue muy diferente a la mayoría de los diputados iberoamericanos que participaron en aquellas cortes, según ha explicado a EFE el historiador José María García León.

"Fue el diputado más brillante de América. Casi todos ellos intervenían en las Cortes para reivindicar mejoras sobre las carencias de sus circunscripciones, luchaban por sus territorios. Él fue una excepción en ese sentido, fue un hombre de Estado que planteaba políticas de Estado", subraya el catedrático, uno de los mayores especialistas en aquel proceso constituyente que este año se conmemora como un hito histórico.

A él, por ejemplo, se debe la iniciativa de que aquellas Cortes Extraordinarias, que se reunieron en San Fernando y en Cádiz para defender la monarquía española mientras el país estaba invadido por las tropas napoleónicas y el rey español cautivo en Francia, se plantearan redactar una nueva Constitución, que decretaran la abolición de la Inquisición o la libertad de imprenta.

No en vano, Mejía Lequerica, quien defendió también la igualdad económica, jurídica y política entre americanos y peninsulares, participó en un periódico gaditano del momento llamado "La abeja", cuyo "aguijón" mostraba su avanzada ideología liberal.

"De no haber muerto tan joven hubiera sido uno de los grandes líderes de los países iberoamericanos", subraya el historiador.

De su influencia política queda cumplida constancia en el diario de sesiones de las Cortes de Cádiz, y por eso a García León le ha interesado más rescatar "el valor humano" de un testamento que el diputado ecuatoriano, consciente de que su muerte se acercaba, dejó a su albacea, uno de los médicos más importantes de aquel Cádiz y a la sazón "máxima autoridad médica en fiebre amarilla", la enfermedad que le mataba.

El testamento, escrito en un lenguaje "muy jurídico", se publica ahora en un volumen que incluye un estudio del cronista ecuatoriano Juan Paz y Miño, para mostrar sus últimos sentimientos y voluntades.

Un intelectual que, más que bienes materiales -apenas tiene "cuatro o cinco dietas como diputado pendientes de cobrar y unos libros que tenía prestados"-, deja en herencia algunas contradicciones, como definirse como hijo legítimo cuando no lo era, como soltero cuando estaba casado, o, a pesar de sus "ribetes anticlericales", expresar sus deseos de ser enterrado en la Iglesia Católica.

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