Cuando Felipe González se presentó como candidato a la Presidencia del Gobierno en 1982 lo hizo con un lema de campaña que gozó de una enorme popularidad: “Por el cambio”. Aquéllas fueron las primeras elecciones generales de las que tuvimos constancia los de mi generación, aunque nuestro único interés residía en pintarles bigotes y melladas a las fotos de los candidatos que nos encontrábamos a diario camino del colegio en un muro reservado para los carteles electorales. Pese a nuestro desinterés por la política, sabíamos quién era Felipe González; incluso el padre de un amigo nuestro le había dado la mano en un acto al que había venido hace poco. González, como todos ustedes saben, ganó las elecciones por mayoría absoluta y a ninguno nos extrañó. Sin embargo, unos días más tarde, acompañé a mi abuelo a unos mandados y se encontró con unos conocidos que empezaron a hablar del resultado de las elecciones de forma exaltada. “¡Este no llega a final de año en el Gobierno!”, era la tesis mayoritaria. Lo que no dijeron fue de qué año. Conviene tenerlo ahora presente, porque ni creo que se avecine el Apocalipsis -por mucho que se miente ruina-, ni la experiencia nos permite confiar en los que lo saben todo por adelantado.
El “¿y ahora qué?” que podemos preguntarnos desde el día de ayer no tiene que ver tanto con los cambios producidos al frente de ayuntamientos como el de Jerez, como con la voluntad, la aptitud y la actitud de los nuevos gestores para saber tomar el mando de la situación. La voluntad, como el valor al soldado, se les presupone, mientras que la aptitud deberán ratificarla con el paso del tiempo.
Lo que más debería preocuparnos en este momento es la actitud, porque a algunos se les llena la boca hablando de cambio, de entender la voluntad mayoritaria del pueblo, pero, de momento, lo único que cambia es el color del mapa político, que tal vez satisfaga algún ego, pero no las aspiraciones de los ciudadanos. Y la actitud no consiste sólo en saber llegar a acuerdos de gobernabilidad, sino en practicar el buen gobierno desde la nueva realidad que ha propiciado los cambios, que debe ser un fin por sí misma y no el medio. Digamos que tienen cien días para, por lo menos, pergeñarlo.
En Jerez, antes de preguntarnos “¿y ahora qué?”, hemos estado dibujando escenarios posibles durante las últimas tres semanas, pese a que hayamos terminado por llegar al principio de todo, a la noche del 24M. La opción primera era la del tripartito. Todos la daban por hecha, excepto Ganemos. La segunda, que siguiese gobernando el PP, pero ésa sólo entraba en los planes del PP. La tercera, que el PSOE gobernara con IU, vista las calabazas que le daba Ganemos una y otra vez, pero IU tampoco la contemplaba. Y la cuarta, que el PSOE gobernara en solitario con el apoyo en la investidura de Ganemos e IU, pero ésa la desechó el PSOE. Cualquiera de las cuatro opciones era viable. Que la elegida finalmente haya sido la cuarta es casi anecdótico, ya que lo que por ahora prevalece es el único argumento que comparten las cuatro a la vez: impedir que el PP gobierne de nuevo en Jerez.
Y, ahora sí, ¿ahora qué? Pues podríamos empezar con nuevos escenarios posibles, para antes y para después de las elecciones generales, pero de momento nos queda el presente. A la izquierda para celebrarlo y al PP para mantener vigente el discurso que ofreció este sábado María José García Pelayo, posiblemente uno de los mejores de toda su carrera política, con párrafos incontestables que llevan a preguntarse en qué momento equivocó la jugada a la hora de plantear su estrategia electoral. Si Pelayo hubiese dedicado más tiempo a explicar y contar a los vecinos lo que dijo ayer en el pleno, en vez de visitar tantas obras y descubrir tantas placas, puede que el resultado del 24M le hubiese sido más favorable.
Pero, ya saben el dicho: “pudo ser verdad y ni siquiera haber pasado”. Hay otro más que siempre me asalta cuando se producen situaciones delicadas: “el que provoca su propio destino, va en busca de su propia pérdida”. Me lo decía una vieja amiga y consejera autorizada para que no me precipitara en el amor. Supongo que puede aplicarse a otros ámbitos, espero que entre ellos no se encuentre Jerez.