Hay que ver la que se está montando con el nuevo presidente americano, un tipo con nombre de dibujo animado y apellido que suena a portazo. Andamos escandalizados ante tanta bravuconeria, y sus declaraciones sacan ese Quijote que todos llevamos dentro, nos hacemos cruces y no alcanzamos a entender que se les pasa a los yankies por la sesera.
Porque aquí no soportaríamos a un presidente que minusvalorara a las mujeres hasta convertirlas en simples objetos decorativos. Para eso ya lo hacen ellas mismas, adjudicándose el papel de floreros que no saben, no ven, yo en las cosas de negocios no me meto, eso lo llevaba el señor que estaba casado conmigo.
Tampoco levantamos largos y altos muros para impedir la llegada de inmigrantes. Los hacemos de alambre y prejuicios, más baratos y funcionales. Y si no, ya se encarga el Mediterráneo de hacer el trabajo sucio.
La prensa no se dedica a sacar las vergüenzas y mentiras del presidente, ni a contradecir con hechos sus falsedades y falacias de eso tan de moda que llamamos post-verdad. A este lado del océano se dedican a sembrarlas ellos mismos de los rivales políticos que pueden hacerle la puñeta a la mano que les da de comer, a mirar para otro lado y a justificar lo injustificable.
Nos llevamos las manos a la cabeza al comprobar cómo los sectores más criticados por Trump no tienen problema en votarle. Aquí no ocurre eso; sería tan absurdo como que los parados sin prestaciones o los jubilados con las pensiones prácticamente congeladas se dedicarán a alabar las virtudes del partido del gobierno. Ciencia ficción.
Y sobre todo, este país jamás pondría a un millonario al frente del gobierno. Preferimos elegir políticos sin estudios, oficio o beneficio, y ya los vamos dejando que se hagan ricos mientras ocupan sus poltronas, para luego jubilarse como consejeros en cualquier gran empresa del Ibex.
Extraño pueblo el americano, que encumbra a un tipo como Trump. Eso aquí no pasaría. Ahora, como se presente Bertín Osborne…