No, no te voy a llevar por los vericuetos de la poesía, hablando de esta tierra con la pompa y el falso piropo de esos politicastros que se suben a los púlpitos para declararle su falso amor de un día, sin ni siquiera darse un enjuague con vitriolo.
Andalucía es una mujer trabajadora, con menos derechos que el resto de sus compañeros, con un techo de hormigón que no la deja crecer. Minusvalorada en su trabajo, sólo recibe piropos cuando se pone la minifalda o los faralaes. Que no se le ocurra colgarse una toga, un fonendoscopio.
Andalucía es un ama de casa que llora cuando ve que sus hijos tienen que aceptar cualquier sueldo de miseria para que otros se hagan ricos a su costa, los mismos señoritos de antes, sin caballo y sin finca, pero con la misma mala leche en la mirada y en las venas.
Andalucía es una mujer maltratada, a la que vapulean, insultan, golpean de palabra y de hecho, desprotegida, tan avergonzada que disimula los cardenales con farolillos y carnavales, que no se le vean los moratones cuando baja al mercado. Por más que lo intenta, no hay manera de ponerles una orden de alejamiento a los que la tienen encerrada, a los que recibe con los brazos abiertos y de los que, a cambio, en el mejor de los casos, recoge desdén y desidia.
Andalucía es esa mujer de la que sólo se acuerdan en su San Valentín del 28 de Febrero, para regalarle las mismas flores de todos los años, secas y muertas al día siguiente, una faena de aliño para quedarse en el olvido el resto del año en su cárcel de la cocina y escoba, de criada o niña graciosa, a la que nunca dejarán que sea la doctora, la arquitecto, la ingeniero. Siempre la amante, nunca la esposa.
Olvídate de verdes valles, de dunas y olivares, de espuma de mar y murallas milenarias. Andalucía es sartén y fregona. Esa es la mujer que ellos ven. Esa es la mujer que ellos quieren que sea. Es mi madre, tu hermana, tu hija, mi pareja, tu esposa. Tú sabrás. A mí, que no me la toquen.