Dicen que somos iguales ante la ley, que nuestro sexo, condición sexual, cuna o lugar de nacimiento no han de hacernos diferentes frente a los ojos de la dama de los ojos vendados, la balanza y la espada.
Desafortunadamente, vivimos en el menos ideal de los mundos, un mundo en el que el hambre te aprieta a ti y a los tuyos, un mundo en el que la necesidad te hace romper un candado para buscar comida lista para ser devorada por las ratas en la basura, pero que te puede mandar casi un año en la cárcel. Mientras tanto, otras ratas campan a sus anchas, por elevados que hayan sido sus botines, protegidos, indemnes, intocables.
Habitamos un mundo en el que la mentira es la moneda de cambio, y la promesa no es el cheque en blanco que debería ser, sino que tiene el mismo valor que una servilleta usada. Los que antes eran demonios con rabo, ahora son socios de viaje, y gracias un puñado de votos, cuando haya que pagar el almuerzo del Estado a escote, a los vascos les corresponderá menos por barba. Pero a ti más.
No a mucho tardar, lo que antes se consideraba una descomunal bajada de pantalones, se convertirá en una equilibrada negociación con uno de esos políticos de gran altura que suelen aparecer cada cierto tiempo en las Canarias. Fin de la cita.
Mientras tanto, 61 parlamentarios andaluces dormitan como marmotas en sus escaños. 61 bultos sospechosos para los que el corredor mediterráneo es un tipo que hace footing por la playa. 61 individuos que no han sido capaces de defender tus intereses, que no han tenido el valor de plantarse ante el amo que les manda cuando se propuso a Barcelona como sede de la Agencia Europea del Medicamento. 61 mujeres y hombres que podrían ser fácilmente intercambiables por caniches o macetas de geranios. Al menos adornarían.
Cuando te digan que todos somos iguales, esboza una sonrisa, acuérdate de la suerte que tuviste de nacer en Andalucía y de tu mal tino al escoger a tus representantes. Yo lo tengo claro: votaré a los geranios.