Si la envidia fuera deporte, este país arrasaría en cualquier tipo de competición, y no habría mundial u olimpiada en la que sonara el himno patrio en honor a nuestros medallistas.
Tomemos como ejemplo dos sucesos acaecidos esta semana. Primero, la han tomado con el pobre Mariano, al que esa panda de perroflautas bolivarianos van a montar una moción de censura sin motivo alguno, porque sí, como si él fuera culpable de algo, como si se le pidiera hacer responsable de que altos, bajos y medianos cargos de su partido hayan metido la mano hasta la axila para llevárselo calentito a sus casa. En el fondo, no es más que envidia, envidia de su visión de estadista, capaz de declarar en un juzgado por plasma para así ahorrar en coche oficial, en chófer y en gasolina, un gobernante que para no gastar energía no hace nada. Pero absolutamente nada. Y encima le critican.
Por otro lado, tenemos el revuelo que se ha montado con el cine Astoria y el proyecto de nuestro Antonio Banderas. La envidia se extiende como la tiña, mancha y salpica a todo hijo de vecino; si no, no se puede uno explicar esa ola de críticas, esa marejada de infundios sobre nuestro actor más universal. Y todo, ¿ por qué? ¿Porque su proyecto no cumple con la normativa de la Junta de Andalucía? ¿Porque al alcalde se le ha hecho la boca bebida gaseosa y le ha faltado tiempo para poner el nombre de nuestro mejor embajador en el pliego de condiciones? Envidia y nada más que envidia, ciudadanos ingratos, oposición destructora, que poco malagueñismo lleváis en la sangre. Si en lugar de llamarse Antonio Banderas el ganador del concurso hubiera sido Gumersindo Perez de las Cuatro Hierbas, todo habría sucedido de la misma manera, no os quepa la menor duda. El mismo interés desde la Casona del Parque, desde los medios, desde los malagueños, porque lo que importa es el proyecto, y no la mano que lo mueve detrás. Lo que pasa es que la envidia es muy mala, y si los envidiosos volaran veríamos el sol en postales.
Yo también me declaro envidioso, pero de la envidia más insana. Envidioso de esa barba cana banderil, de ese andar ligero rajoyístico. Pero, sobre todo, envidioso del cumplimiento de la ley.