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Pepe Olivera, un torrente proclamador de la Semana más Grande de Arcos

Emocionante y evocador, el Pregón oficial fue un nítido homenaje a la ‘patria chica’ de la infancia, a la presencia de Dios en los gestos humanos

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Pepe Olivera en pleno pregón de Semana Santa.

Pepe Olivera en pleno pregón de Semana Santa.

El pregonero firmó en el Libro del Ayuntamiento.

El pregonero firmó en el Libro del Ayuntamiento.

El pregonero posó junto a la Corporación en Santa María.

Cuando la primavera es el hecho del renacer de la naturaleza y vivir es el fin, Cristo comienza su calvario camino a una muerte ancestral, pero también ancestralmente resucitada. La esperanza en revivir es el mensaje de la fe cristiana y así lo quiso plasmar el pregonero de la Semana Santa de Arcos, Pepe Olivera, que cumpliría con creces lo anunciado unos días antes de mostrarse tal como es, sin versos forzados, sin adornos líricos, sin remilgos.

El de sobras conocido vecino arcense fue presentado en el teatro Olivares Veas por su hijo José María y acompañado de un reducido grupo de músicos de la Banda Municipal Vicente Gómez Zarzuela, luciendo con orgullo en la solapa la insignia de su hermandad de San Antonio. José María Olivera, con lo que ello comporta de dificultad, situó a su padre en la rutina familiar, en “el espacio desapercibido de los días”, analizando, en silencio, cómo era su progenitor e intentar entenderlo. Dijo haber recibido una herencia paternal “que no percibe”, tal vez “una manía o gesto”, para destacar a un hombre de excepcional memoria y gran capacidad narrativa. “Palabras y gestos invisibles”, como diría el presentador, que evoca igualmente una Semana Santa invisible, como invisible es “la mano” de su padre para conducirlo en este ordenamiento de recuerdos que fue el pregón.

Con la música de capilla como paréntesis, el pregonero comenzó con la letanía de una mujer de la calle Alta de los años sesenta, solicitando de su hijo mayor que se llevara al pequeño, a él mismo, a la parroquia de San Francisco… AsÍ, su arranque fueron los recuerdos maternales e infantiles y, teatralmente, retratando “las fronteras de un niño”, que no eran otras que el lugar donde se movía un inquieto chaval que jugaba a las bolas y que vivía permanentemente en primavera… y, con tristeza, la habitual ausencia de un padre emigrante en Alemania. Recuerdos, en suma, que, por el lado positivo, evocaban la reunión familiar de un Jueves Santo “donde algo se cocía”.  Inevitablemente, habló de su hermano Domingo como la persona que posiblemente más le haya influenciado en su vida en todos los sentidos.

Tras los saludos de rigor, prosiguió con su infancia resucitando imágenes como la Semana Santa de 1969 a su paso por la calle Alta, recordar vagamente las hermandades, citar a su primo Luis Reyes, monaguillo entonces de Santa María, y “echando en falta a los guardianes” de San Francisco. De nuevo, la pulcritud de una madre al sacar del invierno una túnica que “más que mojarla, parecía bendecir” para su puesta a punto. Fue entonces cuando se le pudo despertar el interés por ser nazareno, “o balilla”, que diría el pregonero, en alusión al legendario tambor o trompeta de la extinta banda de la Cruz Roja. Como los niños de la época, formó en alguna ocasión alguna minibanda con la que molestar a la vecindad. O cómo recogieron tantos paquetes de tabaco vacíos para forrar la caja de madera de frutas que era la canastilla dorada del supuesto paso de Cristo. Y cómo el pelo del Nazareno fue fruto de la travesura de cortar el pelo a la muñeca de su hermana… Vivencias de la patria chica que dicen es la infancia, y que pasaron por citar a su amigo vecino ‘El Coji’ o a ‘Manolito Cambayá’ planchando la túnica de San Antonio como la que su madre guardaba con esa pulcritud. Fue, quizás, donde comenzó a ver la Semana Santa como un acontecimiento más serio. Se estaba haciendo mayor.

Para evocar a La Borriquita, se remitió a la Semana Santa de 1974 cuando fue miembro de la centuria de ‘romanitos’. Fue entonces cuando se le despertó “algo serio y algo importante”, para comenzar a ser consciente de qué era la Semana Santa. Pero seguía soñando con ser balilla, y se cumplió.

Pepe Olivera dijo abiertamente no haber acudido al pregón para dar una catequesis, ni siquiera para que se entienda su forma de entender y sentir la fe, y asegurar que en sus palabras aparentemente intrascendentes Dios estaba presente, por lo que nunca dejó de hablar de Él.  Recurrió en este sentido a las palabras de Miguel Ángel ante el Papa Julio II sobre su manera de entender el arte inspirado en Dios, es decir, sobre la fe en sí.

“Dios no es aquel que pintó el artista”, dijo el pregonero, “ni un retrato ni una imagen, porque Dios está en nosotros”. E incluso introdujo matices metafísicos para explicar o no la existencia de Dios, tan surrealista como íntima. Y se refugió además en un pasodoble que habla de “ver a Dios” a través de la mano humana. “La primera vez que vi a Dios fue con mis pequeños ojos de un niño”, cuando se le apareció un hombre de sotana negra”, en alusión al recordado cura don Juan Candil Ríos. Pero también sentía la presencia de Dios en cada gesto educador de su madre o en los gestos de su mujer cuidando a su centenaria madre, o en los besos y abrazos, e incluso en el enemigo.

 Tras citar las anécdotas en clave claramente local y sentimental, aludió incluso a la unión de las hermandades, en ocasiones con enfrentamientos cofrades “banales” que poco dicen del espíritu cristiano.

El pregonero recordó cómo “el miedo y la incertidumbre” ejecutaron a su abuelo en su herida abierta por la Guerra Civil, y evocar así al Prendimiento que cada Domingo de Ramos sale de Santa María como símbolo de la injusticia. Y para citar a las Tres Caídas, dibujó su particular paleta de colores, “el negro que es la total ausencia de luz”. Aquella túnica se diferenciaba por una gran cruz blanca. Y su hermandad es “la luz del recogimiento, de la austeridad” que recorre la vía dolorosa. Aquí tendría palabras para recordar al entrañable José Zambrano ‘Joselito ‘Pío’, a Víctor Marín o Jesús Soria tan ligados a la hermandad caidísta. Como telón de fondo, la saeta de Antonio Soto en “aquella esquinita” de Romero Gago.

Pepe Olivera habló de su querido Martes Santo que dejó para marchar a estudiar a Cádiz. Volvió, pero para hacerlo ya como costalero de las Tres Caídas. De su hermandad citó a su amigo ‘El Canario’ con el que recuperó la onzuria de ‘armaos’ de San Antonio. Tras perseverar y aguantar todo tipo de críticas, sacó adelante este proyecto del que, dijo, solo la Semana Santa de Arcos puede presumir junto a su marco monumental. Cuánta razón. Dos rasgos que marcan la singularidad de la Semana Santa local. Tras admitir que se le pasó por la cabeza dar el pregón vestido de ‘armao’, señaló que este hábito que no hace al monje no lo es del verdugo, sino de quien custodia a Cristo. Después de “esta tardecita azul, primavera” que para el pregonero, Pepe Olivera siguió con su figurada paleta de colores para llegar al Miércoles Santo: “Pero es en su salida y recogida, cuando más enamora y cautiva”, en alusión a esa alineación perfecta del primer crucificado con el marco arquitectónico. El pregonero recordó incluso el desgraciado incidente de cuando la imagen sufrió la fractura de un brazo por una maniobra fallida del paso. Y lo hizo para explicar el dolor de la hermandad y el mensaje de serenidad al respecto del recordado Manolo Porro.   

Después de una de sus pocas incursiones en verso, el pregonero prosiguió describiendo las sensaciones del primer día de fiesta de Semana Santa y, por ende, sin colegio. Esperaba por entonces a esta “ensoñación de Blas Infante” que se le antoja la procesión blanquiverde de la Cruz, y recordar con vehemencia a los antiguos ‘armaos’ de esta hermandad y a los “recios” costaleros de la época que portaban al Cristo de Antón Vázquez, “el abuelo de todas las imágenes” de la Semana Santa arcense. De ahí se marchó a la reinaugurada en los años ochenta hermandad del Silencio, con un atípico Cristo en horizontal acompañado de mujeres con flores, “una bocanada de aire fresco” que según el pregonero irrumpió en la Semana Santa, que como todo el país, comenzaba una nueva etapa. Para Pepe Olivera, hay que atribuir a esta hermandad el cambio que empezó a vivir, también, la Semana Santa. Tras unos versos al Cristo de la orden servita.

Y cantando a ‘La Madrugá’, de nuevo recuerdos de un adolescente que vivía la felicidad que entraba por su casa reflejada en la cara de su madre, aunque en realidad no veían al Cristo: ‘La Noche de Jesús’ era sinónimo de reunión familiar y de elaborar algo tan arcense como el Bollo de Semana Santa. Tuvo palabras muy hermosas para la figura del Cirineo que representa la ayuda al prójimo, y para recordar al Nazareno en medio de un gentío que quiere rozar su bordada túnica, “que es lo mismo que tocar el cielo”.

Llegó la tarde del Viernes Santo que en Arcos es el día de “La hermandad de los niños”, un “contrapunto”, “un tintinear constante de pequeñas campanillas”. El Dulce Nombre y la ternura infantil a los ojos del pregonero, quien con cierta impaciencia se situó figuradamente de nuevo en el casco antiguo para presenciar la salida del Santo Entierro y de una Soledad que hacen que “esa noche se acaben los ríos de cera”. Sus últimas palabras fueron para evocar la figura de la madre, la suya y las del resto del mundo que condensan todas las advocaciones marianas posibles: “De cuál no hemos recibido la piedad implícita en el perdón”, “nuestras particulares vírgenes de a diario”. El pregonero deseó a los cofrades y no cofrades que disfruten de la inminente Semana Santa. “¡Y no te preocupes mamá que Ominguito me sigue llevando de la mano! He dicho".

La interpretación del himno de España cerraría este maravilloso pregón de profundo aroma arcense, familiar y de sumo cariño.

Algunas anécdotas

Como anécdota, el pregonero, intencionadamente, terminó de acabar su escrito a las cinco de la tarde del sábado anterior, con el propósito de reflejar sus últimos sentimientos previos a la proclamación de la Semana Santa. Asimismo, fueron numerosas las personas que, por no tener invitación, aguardaron a las puertas del teatro. Que se recuerde, nunca se ha visto una puesta en escena tan original, pues las tablas del teatro mostraron los atuendos y pertrechos de Pepe Olivera como ‘armao’ de San Antonio mientras su artesano hermano Domingo modelaba ‘in situ’ con barro un busto de Cristo. En la escena, la molía lucida en su etapa como costalero de La Soledad. Un cúmulo de sensaciones evocadoras de la particular liturgia semanasantera.

 Los detalles previos

Antes del pregón, Pepe Olivera firmó en el Libro honorífico del Ayuntamiento, en el salón de plenos, en lo que constituye una costumbre que quieren implantar el propio Consistorio y el CHHCC., como también el pregonero tuvo ocasión de encomendarse a la patrona de la ciudad, la Virgen de las Nieves, en su capilla de la Basílica de Santa María.

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