Estoy a punto de perder cualquier atisbo de esperanza en este país, en mi nación, Andalucía, en mi ciudad. Mientras más inepto, incapaz, zafio y torpe sea el gobernante de turno, más apoyo tiene.
No puedo esperar nada de un pueblo que admite que un alcalde incumpla leyes como la de Memoria Histórica; oiga, que es una ley, no una papeleta de la tómbola del cubo, que es de donde sacó usted su cargo. Siento vergüenza cada vez que veo que aún se sigue rindiendo culto a un dictador con calles y monumentos que me revuelven las tripas. Pero no se os ocurra revolver la Historia, sobre todo la de los ganadores.
Me es imposible confiar en un gobernante que hoy dice que el metro va a pasar por aquí, mañana por allá, pasado mañana que lo va a cambiar por una reata de mulas y la semana que viene ya veremos. Pero no pasa nada, porque nos llenan las calles de luces de puticlub que quedan muy bonitas y se nos olvida todo, mientras somos cómplices de la conversión de esta ciudad en el nuevo Magaluf.
No me quedan fuerzas para defender a Andalucía y lo andaluz; tanta desidia, tanto pasotismo y dejadez me queman la sangre. No puede ser que sólo cuatro locos gritemos hasta quedar afónicos, mientras se nos ningunea a todos los andaluces y se nos usa como moneda de cambio para intereses nada claros.
Siento vergüenza cuando, ante las acusaciones de corrupción que acosan un día tras otro al partido del gobierno, nuestro presidente se parta la caja hablando de coca colas y tilas, amparando con su carcajeante humor a una horda de mangantes y chorizos que han dejado a este país que da asco verlo. Todo esto, mientras miles de familias no tienen ni siquiera la oportunidad de darle un plato de puchero a sus hijos.
No os quepa duda: todos, absolutamente todos, sois cómplices y responsables. Aquel que calla, respalda, aplaude, ríe y pasa es tan ladrón como el político corrupto, tan fascista como el dictador, tan indigno como los falsos andalucistas. Que paren esta España, que me bajo. Para vosotros. Enterita.