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El pobrecito hablador

Lentejas

Pero la legalidad vigente, la zapatilla constitucional, se imponía con todo el peso de la ley

Recuerdo esos días de la niñez, en los que a la vuelta del colegio, un aroma a potaje caliente, a hojas de laurel y clavo me recibía desde el descansillo de casa. Ese olor era el heraldo del almuerzo, un atronador aviso de que ese día, quisieras o no, había lentejas para comer.

No había elección. O las almuerzas o las cenas. Que yo no tengo prisa y te vas a quedar ahí sentado hasta que te acabes el plato. Ya puedes hacer pucheros, chillar, patalear o lo que te dé la gana, pero te las comes. Eso es lo que hay. Y ya pueden venir tus amigos a por ti para jugar al futbol que de la mesa no te meneas.

En aquellos días eché de menos tener derecho de autodeterminación sobre el almuerzo, poseer la capacidad como ser humano de decidir si quería o no quería comerme aquel plato de lentejas. Habría querido manifestarme con el resto de niños de mi quinta, tomar las calles y exigir un referéndum que nos diera la oportunidad, no de negarnos a comer el menú impuesto por la cabeza de familia, sino simplemente decidir si estábamos de acuerdo o no con el, si preferíamos una tortillita o un filete empanado.

Pero la legalidad vigente, la zapatilla constitucional, se imponía con todo el peso de la ley. De nada valían el apoyo de mi abuelo o mis razonamientos implacables sobre la conveniencia de una comida algo más ligera para aquellas alturas del mes de junio. Cuando seas padre comerás huevos, rezaba el artículo 155 de la Constitución de mi casa, y ni se te ocurra hablar de reformarla. Faltaría más.
Protestaba ante la injusticia de que otros miembros podían comer otra cosa, o de que en otras casas la realidad funcionaba de distinta manera. En vano. Y, al final, tenía que doblegarme y aceptar el status quo materno. O si no, ahí estaba las fuerzas del orden patriarcales, para erradicar cualquier tipo de insurrección.

Igual que antes, quiero tener el derecho a decidir sobre lo que quiero para mí y los míos, sobre mi futuro, el de mi país. No lo confundáis con el derecho a desobedecer o a negarme; simplemente quiero opinar. De hecho, hoy echo de menos las lentejas de mi madre. Votaría por el Si. Pero votaría. Que al final es lo que cuenta.

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