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La voluntad del pueblo, esa incógnita

Para PP y PSOE, peor que repetir las elecciones es no poder corregir el pasado, por mucho que se atribuyan la interpretación de la voluntad del pueblo

H ace casi un año enumeraba en esta misma página las circunstancias por las que el PSOE de Jerez no iba a ganar las elecciones municipales y, también, por qué, pese a las mismas, podía convertirse en el partido que liderase el nuevo gobierno local. Hace apenas unas semanas, apuntaba que las ansias de PP y PSOE por lograr unos buenos resultados en las elecciones generales carecían de sustento, desde el momento en que se habían dedicado año y medio a ignorar la presencia de un elefante en su salón. Ni poseo dotes adivinatorias, ni tengo talento para las apuestas, pero tampoco hace falta tenerlo para reconocer determinadas obviedades; de hecho, el primero de los supuestos es un calco a la situación a la que se encamina el PSOE en estos momentos. En este sentido, los resultados del 20D no han hecho sino facilitar las cosas, aunque les hayan querido convencer de lo contrario: cojan las cifras, los posibles pactos, y los titulares de cada candidato. O es muy obvio, o finge serlo bastante bien.

Durante una semana habrán intentado convencerle, de un lado, de la preocupante inestabilidad e incertidumbre que se cierne sobre España -¡si no hay más que mirar la Bolsa y la prima de riesgo!-; del otro, de la clara tendencia del voto resultante en las elecciones: “los españoles quieren cambio” y ese cambio lo deben liderar “las fuerzas de la izquierda”. Tan obvio que casi sonroja pensarlo. Según la primera teoría, a España sólo le puede ir bien si gobierna el PP; según la segunda, el “cambio” sigue siendo alternacia, pero no algo nuevo: la izquierda por la derecha, como una malformación o un apéndice del bipartidismo.

En ambos casos prolifera cierto ventajismo envenenado que de ningún modo variará lo decretado por las urnas y al que habría que interpelar sobre dos hechos puntuales. El primero, relativo a los mercados, que por una vez carecen de prioridad frente a los ciudadanos que ejercen su derecho al voto; y el segundo, relativo a la ligereza con que se interpretan los propios resultados, porque hasta que se demuestre lo contrario, la única alianza mayoritaria posible es la que suman PP y PSOE: ¿por qué no ha de interpretarse ésa como la voluntad del pueblo?

En realidad, el debate más trascendental se está librando a nivel interno, y es con perspectivas de futuro, ya que no se trata tanto de sumar apoyos como de asegurarse un escenario consolidado en el que PP y PSOE parten de un hecho coincidente: la repetición de las elecciones generales es lo peor que puede pasarles en estos momentos, aunque digan que es lo peor que le puede pasar a España. Es cierto que, ante tal igualdad de condiciones, el PSOE es el que parte con más ventaja; incluso podría aceptarle a Podemos el envite sobre Cataluña, consciente de que el PP tumbará desde el Senado cualquier iniciativa parlamentaria al respecto, pero también, tanto uno como otro, saben del peligro que entraña un pacto de los socialistas con Podemos. Lo ha explicado Francesc de Carreras: “El PSOE corre el riesgo de caer en la tentación de un pacto de izquierdas creyendo que Podemos es un partido de esa naturaleza. Grave error. Podemos es un partido populista, dice lo que le conviene para su único fin: alcanzar el poder”.

Ante tales circunstancias, surge la otra gran incógnita compartida por populares y socialistas, la que tiene que ver con el momento -histórico o no- que estamos viviendo. Y en este caso, como apunta Daniel Innerarity, “deberíamos dirigir la mirada a quienes se dejan seducir por algo cuyo valor es la carencia de pasado, su escasez de programa y sus discursos genéricos. Algo nos está pasando para que haya tanta gente dispuesta a acudir a una cita a ciegas”. Y lo que está pasando es lo que no tienen en común los emergentes con los partidos mayoritarios: casos de corrupción por los que responder ante los jueces. Si no fuera por esa obviedad tan concluyente, PP y PSOE sabrían a lo que atenerse, porque peor que repetir las elecciones es no poder corregir el pasado, por mucho que se atribuyan la interpretación de la voluntad del pueblo.

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