“Me interesa lo que sucede antes y después del acto violento, cómo las relaciones entre personas están cargadas de agresividad”, explicaba a Efe en una entrevista en el Festival de Cannes.
Meses después, la película ha tenido un amplio recorrido con picos como el triunfo absoluto –película, director y guión– en los Premios del Cine Europeo o la preselección para el Óscar por su país. Este fin de semana, además, ha llegado a las salas españolas.
En la cinta blanca, Haneke lleva al extremo ese concepto de “antes”. Con él no sólo se refiere a que evitará al espectador el mal trago de la sangre, sino que viaja hasta 1914 para buscar el germen de una sociedad que sigue cuestionando. Además, se centra en cuando el hombre es, en principio, todavía inofensivo: la infancia.
“Desde que Freud entró en escena, no creo que quede alguien que piense que infancia es sinónimo de inocencia. Y dado que todos fuimos niños alguna vez, tenemos una gran responsabilidad hacia ellos”, aseguraba.
“Quería una historia situada en Alemania sobre el fascismo. Y me interesó mucho esta generación de niños que luego se hizo adulta en el periodo del ascenso de los nazis al poder”, explicaba.
Esos niños son entonces el espejo de un rictus moral aplicado con devoción, sin capacidad crítica para poner en tela de juicio. En definitiva, representantes de un inmaculado fanatismo.
La cinta blanca (Das weisse Band) es fruto de esa preocupación y de un minucioso ejercicio de documentación que le ha acercado al teatro de Bertolt Brecht o a la inquietud religiosa de Kierkegaard. Además, supone la vuelta de Haneke al cine en alemán después de su adopción francesa y sus coqueteos con el cine estadounidense.