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Punta Umbría

La magistral madurez de una actriz en plena forma

La exquisita madurez interpretativa de Meryl Streep ha terminado por convencer a sus veteranos detractores

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El rostro de Meryl Streep ya se había hecho muy popular entre el público cuando empezaba a despuntar en el cine a finales de los años setenta. Su televisivo personaje en la miniserie Holocausto, por el que recibió un Emmy a la mejor interpretación, desvelaba las grandes dotes de una joven actriz que había llamado la atención de Michael Cimino -en El Cazador- y Woody Allen -en Manhattan, donde hacía de su ex esposa lesbiana (“hay algo peor a que te deje tu mujer: que te deje por otra mujer”, se lamentaba). Pero fue en 1980, junto a Dustin Hoffman, en Kramer contra Kramer -con la que ganó su primer Oscar-, cuando demostró que era algo más que un rostro frío con una reluciente cabellera rubia. Desde entonces no ha parado de conectar con el público: daba igual el papel, la trama , el director o los demás actores. Su nombre ha sido siempre garantía de éxito y una casi segura nominación al Oscar, lo que demuestra que, además de ser una gran actriz, ha sabido elegir muy bien sus papeles en cada ocasión, y no solo porque todas sus películas se encuentran en un más que aceptable nivel artístico, sino porque le han permitido evolucionar como intérprete hasta alcanzar una exquisita madurez desde la que ha conquistado a sus más fieles detractores, los mismos que no soportaban su forzado acento en Memorias de África o su exagerada propensión dramática durante buena parte de la década de los ochenta, en la que, más allá de las críticas y apreciaciones, interpretó una de las secuencias más terribles de la historia del cine, la de La decisión de Sophie, por la que ganó su segundo Oscar.
Sin embargo, a partir de la década de los noventa, Streep supo vislumbrar determinados puntos de inflexión dentro de su filmografía que le permitieron labrarse nuevos perfiles y reivindicar su capacidad en otros o idénticos géneros, pero desde registros más que notables. Lo hizo en la comedia fantástica La muerte os sienta tan bien y en la romántica Los puentes de Madison, película que marca un antes y un después en su trayectoria, sobre todo porque es la primera ocasión en la que asume la condición de mujer madura desde la que ha encarado con rotunda convicción su propia madurez dramática.
Algo que supo poner de manifiesto con la llegada del nuevo siglo en las excelentes Las horas, La duda y en la muy interesante Leones por corderos, y al aceptar papeles más desagradables, como el de la manipuladora madre de Liev Schreiber en El mensajero del miedo o el de la agente de la CIA que antepone su país a la vida de cualquier ciudadano estadounidense en peligro en territorio árabe en Expediente Anwar. Tampoco ha olvidado el terreno de la comedia, en el que logró triunfar con No es tan fácil, El diablo viste de Prada y -demostrando que también sabe cantar y bailar muy bien- en Mamma mía, a la que insufla una vitalidad desbordante que hace olvidar el insustanciable argumento del popular musical.
Ahora, a sus 62 años, ostenta el mérito de ser la actriz de Hollywood que más nominaciones al Oscar y los Globos de Oro posee de toda la historia, a las que ha sumado las de su última y esperada película, La dama de hierro, en la que encarna a Margaret Thatcher, y por la que ya la dan como segura ganadora de la estatuilla. Aunque, más que por sus nominaciones y galardones, lo que la hace única es su capacidad para sobrevivir y reivindicarse año tras año en un mundo, el del cine, tan masculino y adicto a sus jóvenes y fugaces estrellas.

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