Teresa Rodríguez se suele explicar muy bien. No sé si los argumentos le salen naturales o si tiene apuntador, pero los expone con claridad, con un lenguaje medianamente universal, para que el mensaje lo entienda hasta un recién llegado de Iowa. Eso no significa que haya que estar de acuerdo con todo lo que dice, incluso me atrevería a decir que es uno de esos casos a los que pueden aplicarle la leyenda urbana papal del “me gusta el cantante, pero no la canción”, lo cual no deja de jugar en su favor.
Ha sido la que mejor ha definido la política de pactos que debían seguir las marcas blancas de Podemos en los diferentes ayuntamientos, a quienes daba a elegir entre “susto o muerte”. Y sí, reducir al PSOE a la condición de “susto” y al PP a la de “muerte” implica una representación ofensiva, pero todos han entendido perfectamente qué es lo que quería decir.
No sé si porque entre sus asesores se encuentra un venerado seguidor de Polidori, o porque para sus brainstormings -llámenlas, si lo prefieren, ocurrencias- sólo les falta citarse en Villa Diodati, esta semana ha ido un poco más allá para incidir directamente en el universo tenebroso de la novela gótica y retratar a populares y socialistas como vampiros de la política, por su temor a la luz del sol, a que se tenga cuenta de las supuestas reuniones que han mantenido en secreto para intentar llegar a un acuerdo que dejaría fuera del relato a las agrupaciones de electores, a las que supongo debería equiparar con la figura de mi tocayo Van Helsing.
Y sí. Todos hemos vuelto a entenderlo. Pero se equivoca de vampiros. Los vampiros de la política no se ocultan en ataudes, ni se mantienen en habitaciones cerradas protegidas de la luz del día, ni se limitan a exponer sus discursos con la caída del sol, ni se acercan por la noche a las ventanas de tu dormitorio para extraerte el voto, ni por supuesto tienen colmillos afilados. Sólo hay una cosa cierta: la víctima propiciatoria puede ser ella, Teresa, o Podemos, o sus marcas blancas, de la misma manera que lo ha sido Izquierda Unida en el último gobierno andaluz.
Lo entenderá mucho mejor si lee La lógica del vampiro, una excelente novela de Adelaida García Morales, ambientada en la Sevilla tardofranquista, en la que, pese al título, no aparece ni un solo vampiro, pero sí quienes mantienen una actitud vampírica hacia los demás, quienes te van extrayendo poco a poco lo que has sido, adueñándose de tu voluntad, hasta dejarte en lo que no querías ser -pueden preguntarle a Antonio Maíllo, o a los predecesores de Antonio Jesús Ruiz en el PA-.
De ese tipo de vampiros sí podrá encontrar muchos en la política, hasta en su propio partido, y, por supuesto, ése puede ser el desenlace de su progresiva metaforización del post 24M, aunque todos tengamos más o menos claro desde el principio que podría haberlo resumido con el adoptado “truco o trato” de la noche de Halloween, que es a lo que se van a reducir los acuerdos de gobierno que se firmen durante los próximos días, porque como no haya trato la lluvia de huevos puede estar a la altura de las plagas bíblicas.
En Jerez, el aura inicial que recubría la piel de Ganemos pierde brillo a medida que pasan los días. La consulta popular que iba a celebrarse esta semana deberá aguardar a mejor ocasión, y hasta desde Izquierda Unida los han zarandeado de nuevo por eso de querer grabar las reuniones, empeñados en despertarlos de un sueño en mitad de la noche para recordarles de qué va la cosa. Y la cosa va de echar al PP del gobierno.
A Santiago Sánchez habrá que agradecerle lo que otros le niegan: el suspense y hasta cierta dosis de valentía -ahora le toca soltarle cara a cara al PSOE todo lo que le ha dicho en las entrevistas-, pero la sensación -e insisto en lo de sensación- es que Ganemos recula, que le ha podido la presión, que sólo ha tenido en cuenta su papel si ganaba las elecciones o, por defecto nuestro, que no hemos tenido claro si es un verso libre o un verso suelto. Les quedan unos días para llegar con la lección aprendida, y la primera de ellas es que los vampiros existen, y no precisamente en los libros.